El COVID y la realidad argentina exigen reinventar la evaluación

Se acerca la fecha de cierre de trimestres en las escuelas. ¿Qué pasará con las calificaciones de este período? La pregunta que todos los educadores nos hacíamos comenzó a ser respondida por los gobiernos jurisdiccionales. Córdoba fue la primera en suspender las calificaciones hasta que se regrese a la escolaridad presencial. Se sumaron otras jurisdicciones y pronto todas se moverán en el mismo sentido.

¿Por qué esta decisión? Tenemos que distinguir evaluación de calificación. Calificar puede ser una de las funciones de la evaluación, pero no es ni la única ni la más importante. Es la que nos permite acreditar un curso o certificar un conocimiento. Es eso lo que hoy se suspende porque las condiciones no lo permiten. Usted seguramente dirá: ¿Cómo? Si mi hija tiene clases por videoconferencia y se pasa la tarde haciendo tareas que le mandan por email o whatsapp. Sí, puede ser cierto. Pero también lo es que no todos están en las mismas condiciones. La pandemia ha puesto sobre la mesa y profundizado las desigualdades sociales y educativas. No es que no existieran antes: las hizo visibles para todos.

En un reciente documento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) se asegura que la mayoría de los estudiantes de Latinoamérica no cuentan con las condiciones tecnológicas para aprender en línea desde casa. En Argentina, apenas el 38% de los hogares más vulnerables tienen acceso a una computadora para poder hacer las tareas. Y ni siquiera estamos hablando de la conexión a internet. Veamos algunos datos.

Según el último informe del Observatorio Argentinos por la Educación, mientras que el 15,9% de los estudiantes del Secundario no cuenta con acceso a internet, esa cifra se eleva a casi el 20% para los estudiantes de Primaria. Si lo miramos por provincia, en 7 de ellas un tercio o más de los estudiantes de primaria no accede a internet. Santiago del Estero es el caso más extremo, con un 40% de alumnos sin acceso.

Pero convengamos que acceso no significa calidad. Según el Ente Nacional de Comunicaciones (ENACOM) un tercio de las provincias no supera los 10 Mbps promedio de velocidad de bajada de internet. Se pueden imaginar que eso dificulta bastante el poder realizar videoconferencias, descargar videos o archivos pesados. Más aún enviar tareas resueltas.

Es claro que no es momento de calificar. Los gobiernos han puesto el acento – y bien que lo han hecho – en sostener el vínculo pedagógico y en priorizar contenidos. Las calificaciones vendrán cuando comience una nueva normalidad, distinta a la que conocemos.

Mientras tanto, los docentes seguimos trabajando, dedicando más horas que de costumbre a preparar nuestras clases y materiales didácticos. Ya sea que contemos con una plataforma virtual, enviemos propuestas por email o whatsapp, o acerquemos los cuadernillos a pie, todos y cada uno de los docentes estamos haciendo un gran esfuerzo a lo largo y ancho del país.

Y si bien no es momento de calificar, quienes tenemos el privilegio de poder estar conectados con nuestros estudiantes, necesitamos ser capaces de repensar la evaluación. Si la enseñanza cambió, la evaluación también debe hacerlo. Es hora de reconectarla con su sentido educativo. Para ello, es preciso retomar el concepto de evaluación formativa propuesto por Scriven a fines de los sesenta.  Necesitamos una evaluación que atienda el proceso pedagógico de cada estudiante, teniendo en cuenta sus avances y sus dificultades, considerando desde dónde parte.

Utilizando instrumentos habituales y también novedosos (portfolios, wikis, podcasts, autoevaluaciones) construyamos una evaluación con sentido, auténtica y significativa. Nos toca reinventar la evaluación.

Por Federico del Carpio 

Prof. y Lic. en Ciencias de la Educación, docente de nivel secundario y miembro de Nueva Educación

Twitter || LinkedIn